Localizo a mi Lobo sentado en un sofá de un rincón de la sala. ¡Me cago en su madre! Su aspecto me provoca un hormigueo en la entrepierna; camisa negra, ceñida al cuerpo, vaqueros estrechos del mismo color y zapatos de cordones también negros, el pelo oscuro y canoso, medio revuelto, elegante pero informal. Lobo malo, mi Lobo sexy.
Me mira de lejos, sus hondos ojos azul intenso recorren mi silueta, se muerde el labio inferior. Inclina levemente la cabeza y alza su copa para saludarme. Ha empezado el juego. ¡Cojones, ya me estoy poniendo mala!
Decido echar hacia atrás la capucha de la capa y mostrar mi rostro, con un movimiento de cabeza, mi melena se revuelve. Noto más miradas que me penetran. Bebo de mi copa, a la vez que aparto la capa con sutileza con la mano que tengo libre y dejo entrever mi figura. El Lobo clava sus ojos en mí, una ligera sonrisa se traza en sus labios. Disfruta viendo cómo los demás me observan.
Doy otro trago a la bebida, miro a mi alrededor. Se me acerca un hombre no demasiado alto, trajeado, de pelo corto castaño, rostro cuadrado y la mandíbula muy marcada. No está mal, pero no es lo que me apetece.
—¿Buscas al Lobo, Caperucita?
—No… El Lobo me acecha... Lo he visto... Busco a un leñador —Mis ojos le dan un repaso. Doy otro sorbo a mi Gintonic—. Y puede que también quiera a una princesa —Le sonrío.
—Vaya… Eres una Caperucita con las cosas claras.
—Muy claras.
—¿Te sirvo como leñador? —Me ofrece una sonrisa maliciosa que me produce poco interés.
—Todavía no lo sé… No he visto demasiado de lo que hay por este bosque.
—¿Puedo invitarte a una copa, Caperucita?
—No —respondo rotunda, a la vez que revuelvo mi melena rojiza y mis ojos apuntan al Lobo, que sigue observándome desde lo lejos—. Gracias, caballero. Pero… voy a dar una vuelta. Si me disculpas —Cojo mi copa y empiezo a caminar hacia el otro lado de la sala, contoneando el culo y apartando la capa hacia un lado con un brazo.
—¿Puedo acompañarte, Caperucita? —El tío me ha agarrado la muñeca para tirar de mí y acercarme hacia su cuerpo.
—No —Suelto mi brazo de inmediato con un movimiento brusco—. Quiero explorar el bosque yo sola.
—No seas así. Deja que te acompañe a recorrerlo.
—Creo que no vas a servirme como leñador —sentencio seria.
—Vaya… es una pena —Hunde sus ojos en todo mi cuerpo, me recorren entera—. Eres la Caperucita más sexy, sensual y apetecible que he visto nunca. Te daría bien en ese culo. No pareces necesitar a un leñador que te salve del Lobo —El Lobo se levanta del sofá y se aproxima para observar a Caperucita, aún apartado pero desde más cerca, ahora, apoyado en una columna.
—No necesito al leñador para que me salve del Lobo, tío, quiero a un leñador para que mire mientras el Lobo me folla. Quiero a un leñador que toque, que también me folle, que se folle a la princesa. Que nos coma el coño a las dos y que me deje hacerle lo que me dé la gana. El Lobo acecha y manda. Caperucita elige con quien. Si me disculpas —Vuelvo a darle la espalda al tío plasta.
—Eres exigente, Caperucita. Me gustas —afirma insistente.
—Soy exigente. Tú no me gustas. Adiós —Me largo dando golpes de cadera, sé que el hombre me está mirando sin poder remediarlo.
Me dirijo hasta el otro lado de la sala, donde hay una barra grande y ovalada. Me acomodo en uno de los taburetes. Los sofás en los que estaba el Lobo quedan a mi espalda. Varias personas están sentadas en taburetes frente a la barra o en dichos sofás, charlando y tomándose su copa. Otros pocos bailan en la pista con movimientos eróticos y sensuales. Me quito la capa y la sostengo en el brazo, junto con el bolso. Muchos me observan, percibo la seducción y la excitación que desprendo.