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Decías que ella era veneno.

Tu toxina placentera y tu desenfreno.

Un fervor peligroso.

Una fémina con impulsos.

Era gusto y disgusto.

Pero en el punto justo.

Eso decías…

Eso decías siempre.

Decías que ella era tu infierno.

Aquel lugar al que descendías cuando la veías.

Te incendiabas.

Ardías y te derretías.

Aun así, seguías perdiéndote

mientras te fundías entre sus caderas sombrías.

Pero no te quemabas.

Eso decías…

Eso decías siempre.

¿Qué pasó?

¿Acaso al final sí te envenenó?

¿Qué pasó?

¿Acaso te quemaste junto a tanto ardor?

¿Te dio un arrebato?

¿Enloqueciste?

¿Dónde te fuiste?

¿Por qué lo hiciste?

Intoxicado, carbonizado.

Convertido en un animal.

Te deshiciste de tu veneno gustoso y peligroso.

Cerrándote las puertas de ese infierno ardoroso.

Privándote del placer.

Vertiendo en cualquier sitio

la pócima mágica que te daba la vida.

Te despojaste de toda ella.

Le quitaste su existencia.

Le negaste seguir siendo veneno.

Veneno verdadero.

Veneno del bueno.

 

 

 

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Solo me queda darte las gracias por leerme.

2 Comments

  1. Dani Kam dice:

    Vaya… esto si que no me lo esperaba.

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